Archive | August, 2015

Vete.

20 Aug

Déjame. Vete. Te prometo que lo hago para no hacerte más daño en mi imaginación. No para echártelo en cara después. Te prometo que lo hago para no hacerme yo más daño con mi imaginación.

Porque es una hija de puta. La imaginación es peor que cualquier espada afilada. Peor que cualquier amiga interesada y falsa. La imaginación, esa que muchas veces es tu mejor aliada, a veces se convierte en tu peor enemigo. Como Judas a Dios. O Dios a un creyente (¿no se admira abiertamente a los que más miedo les tienes?).

No eres tú, es ella. La que me enseña películas dignas de ser interpretadas por Nicole Kidman y Ewan MacGregor. La que hace de un momento simple, llano y cotidiano, un cuento de hadas. De los modernos, no de los cursis. De los plagados de risas y no de trenzas y vestidos de tul.

Vete, que no te quiero. Que eres un capricho pasajero. O eso quiero creerme. Me lo repito todos los días, porque entiendo por qué no puede ser. Créeme. Aunque mis acciones no digan lo mismo, en el fondo lo sé.

Y cuando me alejo, físicamente, de allí, se me pasa un poco. Veo las cosas mejor. Me arrepiento y me alegro. Me doy cuenta de lo que he aprendido de todo esto, de que he crecido. De que, de alguna manera, por jodida que pareciese por fuera, por dentro me ha hecho volver a las vías que buscaba recuperar. De lejos, parece que se pasa. Parece menos intenso, menos real. Incluso quiero pasar página. Oye, y no está mal. Así que vete, por favor.

Y cuando la calma domina de nuevo todo, llega una palabra, un olor, una canción, un nombre, una risa, una cara familiar. Y a la mierda todo. La calma sigue, no es que se derrumbe todo como en una tragedia griega. Pero has vuelto. Han vuelto por unos segundos esos pocos momentos.

Lo peor no es que vuelvan los momentos, es que vuelvan las sensaciones. La calma de aquellos momentos (irónico, porque el nerviosismo y la inseguridad es lo que me domina cuando estás cerca, como me pasaba cuando era pequeña y veía al muchacho que me gustaba).

Y pienso en que te comería a besos, que quiero quererte con todas mis fuerzas y abrazarte todo el rato. Que quiero hacerte feliz como sea. Que eres increíble a mis ojos. Que no soy capaz de expresarlo realmente con palabras (y cuando lo hago, o lo intento – porque no me sale -, parezco una histérica obsesiva). Y lo que más me sorprende es la pureza del sentimiento. La fuerza que tiene. 

Pero después se me pasa. Recuerdo lo efímero de todo lo que tengo guardado. El saber que mañana sería como si nada hubiese pasado. Que su sombra estaría ahí siempre, porque llegó cuando yo no era yo y me encapriché por ti. Que mi vergüenza sólo me dejaría jugar a hacerme la dura, cuando en realidad querría enseñarte todo lo que llevo por dentro. Que el miedo a no saber si me buscas de verdad o si soy una pieza de repuesto me paraliza (porque las palabras se las lleva el viento) y me siento inútil. Recuerdo lo que he hecho mal contigo y se me cae la cara de vergüenza.

Y, ¿problemas? No quiero más. Vete. Pero de verdad, que cada vez que me prometo olvidarte, apareces. Juro que no es manía persecutoria, hay testigos.

Vete, que ya está bien.

Vete, que quiero ver si el tiempo sentencia o prolonga.

Pero bésame antes de irte;

Léeme al oído una vez más;

Abrázame y no me sueltes;

Cógeme de la cintura;

Acaríciame la cara;

Mírame como tú lo haces;

Y vete. Sin más.